Enero ha sido un mes triste para la música, ya que varias leyendas, que ya peinaban canas, se han ido al limbo del solfeo dejando huérfanos a muchos seguidores.
Dentro de las leyendas del rock lo más fácil es recordar aquellas vidas que se fueron empeñadas en dejarnos. Son almas que nacen para consumirse, que son conscientes que no podrán sobrevivir a su propio mito, a su propio peso existencial y por eso deciden vivir haciendo todo lo posible para morir. No para suicidarse, sino que viven para extinguirse en alto, como parte de una obra de teatro o de una canción.
Sin embargo hay otras leyendas universales que también pasan por épocas oscuras (muy oscuras), pero que su capacidad creativa es la que les mantiene vivos. Su motivación de vivir pasa por su alegría por actuar, por crear, por componer. Y por divertirse.
Él
Empecemos por The White Duke, Aladdin Sane, Ziggy o por tantos y tantos seudónimos que se resumen en uno: Sir David Bowie. Lo que más me llama la atención es que Bowie mató a sus alter egos creados anteriormente de forma magistral, inteligente. Eran marionetas que utilizó para llegar a la cima, a una cima incólume en la que nada ni nadie podría hacerle sombra. Hablar hoy de su estilo, de sus movimientos, de su mirada dual es dar vueltas sobre lo que todos sabemos y reconocemos, de manera coral y unánime.
Cantó con todos, siendo memorable su dueto navideño con Bing Crsby, ¿cruce de generaciones? No de dimensiones. La América más tradicional, aquella del pavo, la familia y el rifle sentada junto a un piano con un inglés irreverente, andrógino y escandaloso.
Fue el contrapunto tranquilo de un Freddie Mercury desatado en Under Pressure (os recomiendo que la escuchéis cuando de verdad la presión arrecie) o su single Fame escrito junto a John Lennon.
Se murió en la campiña inglesa, fue a enterrarse a Berlín pero allí resucitó con su trilogía berlinesa después de años alimentándose de “leche, cocaína y pimientos”.
Pero sobre todo fue él mismo. Elegante, fluido, tranquilo e histriónico, se fue de manera discreta, casi como diciendo “ahí os quedáis que a mi ya me aburre” raptado por el cáncer que hasta respetó su tiempo y su dolor dejando que hiciera mutis por el foro en un insulso lunes de enero.
Glen Frey,The Eagles
Nacido en Detroit, su novia para suerte de todos los amantes de la música le arrastró hasta California para seguir los pasos musicales de The Byrds o de los Flying Burritos, con ese sonido California con reminiscencias de folk, country y suave guitarreo playero. Alejados de los ruidosos inicios del punk y del petardeo inmisericorde de la música disco, llegaron a la cumbre del mundo de la música durante la década de los 70.
Sin embargo un cocktail en el que los egos y las envidias, peleas y la angustia vital de los miembros del grupo se aderezaron con excesos y cocaína lo cual hizo que la formación saltase por los aires, llegando a afirmar que sólo se juntarían de nuevo cuando “el infierno se hubiera congelado”.
De esta época destacan canciones sensacional como Peacefull easy felling, Tequila Sunrise o la inconmensurable New Kid in Town. Sin embargo la leyenda es para Hotel California, canción que da título a su álbum más exitoso y que según algunos está trufada con extrañas referencias satánicas con una bajada a los infiernos “puedes cancelar tu reserva cuando quieras, pero no podrás marcharte nunca”…Cuentan que en la contraportada saluda entre la multitud de huéspedes del Hotel el primer sacerdote de la Iglesia negra, Anton Szandor La Vey.
Desde la separación del grupo, Frey vivió tranquilo desde entonces, y tuvo incluso varios éxitos televisivos poniendo música a películas y series de los 80 como Beverly Hills Cop o Miami Vice; pero el dinero se va rápido y decidió bajar al infierno para comprobar que se había congelado para poder entonces juntarse con su ex formación en 1994. Publicaron un album “Hells freezes over” (el infierno se ha congelado) con su tour incluido demostrando que el poder de The Eagles seguía siendo muy importante.
Frey murió otro lunes de enero a los 67 años por una complicación de varias enfermedades que padecía unida a una neumonía. Una muerte aburrida, la verdad. Esperemos que no esté en el Hotel California….
Lemmy Kilmister
Su muerte, fugaz, le raptó en apenas una semana de un escenario en Austin hasta un paso de dos días en un hospital todo ello en apenas una semana.
Sin embargo considerando sus excesos e historial médico su muerte se hizo esperar y fue suave y rápida, se compadeció de alguien que había tonteado con ella mucho tiempo y como un viejo conocido le ahorró los detalles de una enfermedad larga y tediosa. Acabó en alto, como se suele decir.
Keith Richards tiene el nombre sin duda pero hace mucho tiempo que sus botas sólo pisan alfombras mullidas; Lenny vivía en un piso en Los Ángeles y de verdad hacía suyo el refrán de sex drugs and rock and roll. Pero de verdad. No le quedó una droga de las que abusar, no le quedó una botella por apurar y las carreteras de medio mundo hablan de camareras atacadas sin piedad.
Nada de cursis modelos o groupies aceleradas. mujeres de carne y hueso, a las que había que ligarse de verdad (1200 dice su biografía) pero también reconoció haber tenido sexo con hombres alguna vez “porque me da la gana, no sé si eso quiere decir que soy bisexual; me da igual”.
Y su aspecto, ese aire de perdonavidas, su barba, sus gafas de sol, su sombrero vaquero y por supuesto su verruga eran la representación de la dureza, del mal vivir y peor hacer.
Escribió su biografía, fue imagen de los peores gánsters para un videojuego y asustó a más de un presentador de late show que quiso ir de gracioso con él.
Motorhead y su música, que me perdonen sus fans, no son prácticamente nada al lado de Lemmy y su personalidad.
Estén donde estén, se lo estarán pasando muy bien.